martes, 11 de enero de 2011

Ateneo Don Bosco hoy

Debe haber sido allá por el año 1999 cuando siendo senador provincial Alberto Balestrini presentó un pedido formal para expropiar el Ateneo Don Bosco de Ramos Mejía. 
Por aquel tiempo una sombra de privatización y emprendimiento comercial cubría al club salesiano.
Pasaron otros tantos años y durante el 2007, el propio Gobernador Scioli junto al Intendente Espinoza, anunciaron la estatización del Ateneo Don Bosco.
La burocracia estatal impidió que el deseo -legítimo- de muchos ramenses se concretara. Apelaciones varias de parte de sus dueños fueron alargando las cosas.
En oportunidad de ese mismo año se exhibió un cartel en el centro de Ramos que comentaba justamente la decisión del Gobierno de recuperar el Ateneo, aunque con una particularidad: daba por recuperado el predio.
Pasaron dos años y los reclamos -légitimos- de los vecinos no se hicieron esperar. Digo lédgítimos porque en el medio hay mucha gente mala leche que jamás confía en nada que provenga del estado, se cual fuera el nivel de este.
Sin embargo, a días de termianr el año 2010, aún sin anuncio oficial -quiero decir: propaganda, el estado municipal deposito e dinero correspondeinte a la expropiación del predio y se hizo del mismo.
Hoy es, por ahora, base de operaciones de la policia comunal, los veteranos de guerra de La Matanza están trabajando en la puesta en condiciones de un sector del mismo, al igual que la Secretaría de Deportes municipal, la que a través del Programa Argentina Trabaja está en plena recuperación del predio trabajando con Cooperativas de Trabajo.
La desidia, el abandono ante el fracaso de una operación millonaria y la rapiña, hicieron del lugar un bosque natural; y de sus edificios, de los que puedo asegurar que no son ruinas, les digo que su recupero llevará mucho tiempo y dinero.
Entre tanto, y después de haber escrito aquella nota que tantas satisfaciiones me diera en el año 2006 y que sirviera de disparador de la memoria para muchos y de la miseria política para otros, volví a entrar al Ateneo.
Uff, como contar en palabras todas las sensaciones que pasaron por mi cuerpo. 
IM-PO-SI-BLE.
Amén de ello, les traje algunas fotos de lo que nos dejó el abandono de más de diez años a manos de sus antiguos dueños. Para los nostálgicos como yo para revivir nuestros recuerdos; y para los que guardan esperanzas como yo, un voto de confianza. El estado puede llegar tarde, pero siempre llega.
 El trampolín, ahora que subi con 46 años, parece mucho más petiso de lo que recordaba
 La parte "honda". Hay especies marinas nadando en sus aguas
 Una vista del tobogan, ¿lo recuerdan?, y al fondo, el baño de la pileta, el solarium y el sector de vestuarios.

 Entrando por el frente, es decir, llegando desde la confiteria
La pileta de los chiquitos y el kiosco de la pileta.
 El buffet de la cancha de pelota paleta. A la derecha, la barra con rejas desde dónde los grandes veían los partidos de pelotaris degustando algunos cinzanos, fernets y vaya a saber que.
 El símbolo olímpico y un pelotari engalanan la entrada a la cancha de pelota paleta
El interior de la cancha: esta impecable, lista para jugar. A la izquierda la reja que relate que se ve desde el buffet.

Así están las canchas de basquet. Una lástima.
 El mostrador de la confitería. Por Dios!, si habre comprado pebetes de salame y queso con Cindor
Otra vista del frente de la confitería.
 Si habran humeado estas parrillas!!
El tinglado sobre Palacios, hoy viven miles de cotorras

Deje dos para el final porque tienen un significado especial.
Esta primera, es la escalera ubicada apenas se entra a la cancha de pelota paleta y va para los pisos superiores. Bueno, ahí con apenas trece años, descubrí el engaño del amor. Que golpe duro al corazón cuando apenas tenías 13 años y te descubrías engañado. 
Vos sabrás, te lo perdiste.
Esta última, porque muchos de mi generación y aún, un poco más chicos, recordarán que subiendo esa escalera, estaba el AMOR.
Seguramente bailaron por primera vez con una niña-mujer, en esos primeros bailes de la adolescencia clubera, club que nos supo albergar cuando despertabamos de nuestra niñez

 Insisto, hay que tener confianza y esperanza.

lunes, 10 de enero de 2011

Club Ateneo de Ramos Mejía, referencia obligada de una generación

Me dijeron que cerró, que el tiempo se detuvo y por un instante todo se volvió blanco y negro. Es que en ese espacio, finito en duración, que se abrió ante mis ojos, el color tiene más que ver con el presente.
No por blanco y negro, el recuerdo que sobreviene a mi memoria, necesariamente debe asociarse con tristeza… pero sí con nostalgia y añoranza.
Mi viejo nunca se destacó por ser un gran deportista, pero un domingo, su único día de descanso, me llevó hasta el Club y con vaya a saber qué pretexto, logro birlar el acceso y me puso, de golpe y por primera vez, en una cancha de fútbol. Cancha que, en rigor de verdad, tenía más que ver con un potrero que con una de ésas que los domingos al mediodía, veía por el viejo canal 7 cuando se transmitían los partidos de reserva y que por supuesto me apasionaban.
Ya no recuerdo cuántos domingos compartimos en ese potrero que daba hacia la calle Cerrito, pero sí, que gracias a esos domingos empezaron mis primeros pasos futboleros, y era ahí donde me convertía en Picki Ferrero, Mané Ponce o Hugo Curioni, y donde también mi viejo se debe haber sentido un émulo del Tanque Roma o del Loco Sánchez, atajando mis primeros botinazos, ejecutados con los viejos botines Sacachispas de lona y goma.
Con el tiempo, el viejo dejó de acompañarme, y yo, que era un pibe todavía, me hice socio el Club, al igual que la mayoría de mis compañeros del séptimo grado .A. de la Escuela 29.
Compartíamos tardes enteras, llegábamos apenas despuntado el mediodía para jugar un desafío futbolero con los chicos del otro séptimo, justa deportiva que por esos años, tuvo espectadoras de lujo: nuestras compañeras, ante las que, por supuesto no podíamos hacer un papelón. No sé a estas alturas, cómo se incorporaron a nuestra rutina futbolera, pero qué lindo era tenerlas a un costado de la cancha, justo en esa época, en la que para ambos, chicas y chicos, comenzaba a crecer esa hermosa necesidad de conectarse y… en ese conectarse, el lago, que aún formaba parte del paisaje encantador del Club, fue testigo de muchos primeros besos, entre los que por supuesto también estuvo mi primer beso. También fue testigo de primeros desengaños, como el que una tarde me tocó descubrir en la cancha cubierta de pelota paleta y me obligó a correr, para ocultar mis lágrimas de las risas de los demás hasta aquella orilla más alejada del lago, la que lindaba con la avenida Palacios.
Qué feo el dolor del primer desengaño, pero que bueno haber tenido al Club como cómplice para poder compartirlo y, en algún punto, darnos cuenta que éramos muchos los que dejamos rodar lágrimas de amor que se confundían con las turbias aguas de la laguna.
En esa ambivalencia entre crecer y seguir siendo niños, esa orilla del lago, la más alejada, también fue la mejor guarida cuando jugábamos a las .escondidas., ya Alejandro Dolina se encargo de desarrollar las reglas de este juego como nadie, pero vale la pena contar que en esas .escondidas. valía todo el Club, y sabido es que normalmente, ante tamaño desafío, el que oficiaba de .buscador. rara vez se alejaba de la .piedra. más allá de diez metros, así que el juego se tornaba aburrido, a no ser que se coincidiera en el escondite con la chica preferida.
Qué inocencia la de los 12 años de la década del setenta, si hasta las travesuras, vistas con ojos de hoy, parecen tonterías, ¡pero, en aquellos años…! En aquellos años había que tener agallas para desprender un bote del amarradero del lago e internarse hasta lo más profundo sin que el cuidador se diera cuenta. Pensar que éramos felices con tan poco.
Rápidamente vienen a mi memoria nombres imborrables, Don Coronel, el viejo Inocencio, José (descubridor de jugadores si los hubo), mis compañeros Marcelo Di Paolo, Marcelo Vodopivec, Maurico Caudullo (todos jugadorazos de fútbol), Gustavo y Roberto cómplices de aventuras; las .nenas. María Cristina Landa, Viviana Herrero, Andrea Guzzetti, Andrea Huarte, Laura Longobucco, .nuestras princesas..
Con el tiempo, ya convertido en categoría .cadete., con carné naranja y todo, se sumaron nuevos amigos, con los que comenzaron los primeros partidos en la cancha grande del Club; fue la época de esplendor del Olimpia, el equipo de mi barrio, el de la esquina de Gobernador Costa y Bolívar, aquel que supo medirse en incontadas tenidas de fútbol con su par representativo del Club, cual clásico Boca-River, y que llegó a tener una discreta actuación en un campeonato del que participaban equipos conformados por hombres que nos doblaban en edad.
El Olimpia vestía camiseta verde-amarilla como la del seleccionado brasileño y, en líneas generales, mantuvo su formación a lo largo del tiempo con muy pocas variantes: íbamos con .Monstruo. (tenía nombre pero siempre lo llamamos así), a veces el .Gordo Boni. y en las últimas épocas con Daniel Cardillo, en el arco.
En el fondo, Andrés López (un pura sangre con sobrado temperamento, un Passarella de barrio); Gustavo Barán (el que cuando iba a los costados ganaba siempre); el fallecido Jorgito Stefani y Alejandro López (en una efímera y olvidable incursión futbolera).
En el medio, haciendo brillar la casaca número ocho, la .gorda. Daniel Dastugue, un jugador diferente (él, fue mi chino Benítez). A su lado, .dos exquisitos., Guillermo López y Marcelo Stingo. En la ofensiva con la siete Juan Carlos Espinoza, toda potencia y entrega, con la nueve el desaparecido Marcelito Blotto y en el ala izquierda con la 11, yo, un oscuro pero rápido wing izquierdo.
Hubieron otros que el Olimpia fue incorporando con el paso del tiempo, por caso Fabio Cardillo, Ariel Vitró y Hernán Gargano.
El equipo del Club tuvo grandes jugadores, licencia que me permito tomar por el paso del tiempo para reconocer a quienes llegaron a ser archirrivales; no recuerdo los nombres de todos sólo de algunos, el gordo Valle, un zaguero que te mataba, Cenci, Killy, Julián y Fabio Ferreira. Colijo a esta altura, que todos los que fueron parte de esos duelos, recordaran aquel partido jugado un día de enero con 39 grados, a las dos de la tarde y al que para poder jugarlo hubo que hacer colar a unos siete u ocho jugadores del Olimpia que no eran socios del Club. ¡Colados! Seguramente ante la mirada cómplice del viejo cuidador Coronel, el de la puerta de Humbolt y Bolívar.
Aquel partido tuvo un agregado especial, una vez finalizado, vaya a saber con qué resultado final, los veintidós jugadores nos colamos a la pileta, cual fraternidad rugbística, para descubrirnos en una nueva oferta que nos brindaba el Club.
Pasamos muchas temporadas de verano disfrutando de esa pileta, eran épocas de vacaciones pobres. En ella, aprendí a nadar, a jugar al verdugo con las ojotas. Con los años, uno de nosotros, Andrés López, llegó a ser guardavidas durante una temporada, que podrían haber sido algunas más de no ser por la intemperancia de un sombrío sacerdote que pasó por la dirección del Club.
De esa vieja competencia futbolera a competir por las chicas hubo un paso, y el Club una vez más fue testigo de esos primeros escarceos amorosos.
Por esos años no existía la matinee, así que la salida quedaba circunscripta a los bailes que se empezaban a realizar en el gimnasio, a los que ya no nos colábamos pero madrugábamos alguna que otra entrada. En aquellos años, los boliches eran sólo para mayores, por lo tanto, esa adrenalina que fluía por todo nuestro cuerpo buscaba en los bailes del Club la compañía femenina que coincidiera con similar carga de adrenalina. Recuerdo la musicalización a cargo de Alejandro Messina o Gustavo Fernández, junto a Norberto Diez.
El devenir de los años y los distintos caminos tomados nos fueron alejando del Club, pero eso poco importa, porque me dijeron que cerró y que su destino es incierto.
Cuando empecé a escribir esta nota, tenía la intención de que fuera denunciativa, pero al avanzar en la escritura, me fui dando cuenta lo mucho que tuviste que ver en nuestras vidas, todo cuanto vivimos en esos años lo compartimos contigo, fuiste testigo mudo de nuestro crecimiento. No soy el más indicado para pedir por vos, te abandoné.
Otros pelean por tu permanencia, a ellos va mi pedido, aunque más no sea, para que no permitan que nuestros recuerdos se conviertan en algo intangible, pasamos demasiados momentos juntos para que desaparezcas, y aunque el mundo este lleno de ignorantes y al decir de Alejandro Dolina, insensibles, sepan que para los que rondamos los cuarenta años, el otrora portentoso Ateneo Familiar Don Bosco supo acompañarnos, y pase lo que pase, essa manzana gigante de Bolívar, Palacios, Cerrito y Humboldt, será por siempre referencia obligada de, por lo menos, mi generación.
Al Ateneo, el ex socio Nº 1872, agradecido y satisfecho.